Cómo se nota que estamos a principios de año y, junto con la
dieta, el dejar de fumar y otros sufrimientos varios, los que tenemos blog nos
proponemos escribir más a menudo (eso, y que nadie te llame para currar).
Como os decía en la anterior entrada, 6 meses aquí ya. Los
primeros días son de adaptación a estas cosas diferentes que tiene esta gente.
Por ejemplo, nada más llegar, si te van a buscar al aeropuerto, para romper el
hielo coges y te montas en el asiento del piloto de un Audi A6. Llegas, dedicas
la primera noche a buscar el enchufe, hasta que te das cuenta que esa fila de
ambientadores de Air Wick tirados en el suelo no eran ambientadores, y es una
regleta con enchufes. Pasas unos días intentando montarte en el asiento del
piloto otra vez. El día que te toca andar te vuelves loca mirando hacia la
izquierda, derecha, izquierda, … en los pasos de peatones, creando un
movimiento aspersor con el que, vengan por donde vengan, evitaremos ser
atropellados. Etcétera, etcétera.
A partir del cuarto día, ya puedes empezar a analizar el
entorno. El país, las costumbres, las personas,… o los parques de bolas. Qué
mundo el de los parques de bolas.
A ti te dicen el primer día: “tú lleva al niño a los “play
groups” a que corra y se canse, que luego tiene que dormir”. Y una mierda! Ahí
el único que sale con ganas de acostarse es el adulto que acompaña a la fiera.
Tu llegas allí, pagas por una hora de sufrimiento, y empieza
la aventura…
Ese niño, cual perrillo atado a la correa que quiere salir
corriendo a echar un pis, que se te quiere escapar para entrar corriendo en esa
jaula llena de colchonetas y bolas de colores. Tú que, con un carrito, el
bolso, el abrigo,… tienes que correr tras él para quitarle los zapatos… Pero
bueno, primer paso superado. En el primer par de minutos piensas: “Relax… una
hora de relax…” Já! Se te nota que es el primer día que te hacen la envolvente.
No sabes lo que te espera.
Pasados 10 minutos, en los que tienes medio localizado al
niño… o no… tú sabes que el tuyo era rubito, con los ojos azules,… muy hábil,
como el 75% de los niños que están en los parques de bolas ingleses…
Pero
bueno, que no cunda, ese niño va a venir por su propio pie hacia ti. Entonces
eso, pasado ese primer tram0 de 10 minutos, tú, que te has sentado fuera a
tomar un café y disfrutar del momento, visualizas al niño estampado contra el
cristal de la puerta gritando porque te ha visto a lo lejos y quiere salir.
Te diriges hacia “la jaula”, entras un rato para hacer el
amago de jugar con él y darle un poco de compañía y, cuando le tienes confiado
y entretenido… zas! Huyes corriendo, tropezando con el resto de nannies y
padres que siguen tu misma técnica.
Desde ese momento, tienes 5 minutos contados de gloria otra
vez. Cuando te han traído el desayuno a la mesa, el niño, que es un ansia viva,
ha visualizado desde dentro de la jaula el plato, y vuelve a estamparse contra
el cristal para querer salir. Esta vez no le vale que quieras entrar a jugar
con él, ahora a la que tú entras, él se te cuela por un lateral y sale a
sentarse en tu mesa y querer tomarse el café.
Menos mal que llevas en el bolso una bolsa con cualquier
alimento que te sirve de señuelo para atraer la atención del niño y distraerle
de su objetivo.
Reconduces al niño hacia la jaula, vuelves a amagar que
juegas con él, a estas alturas otros padres ya lo habrán hecho, con lo cual en
ese momento eres el único adulto dentro de la jaula… :O! Lo peor que te puede
pasar. Un adulto solo en un parque de bolas es carne de cañón. De repente te
empiezan a rodear niños, cual grupo de palomas a un viejo en un banco. Ellos
creen que estás ahí por placer, que eres una persona amigable, y todos quieren
jugar contigo. Entonces tienes que trazar un plan, organizar un juego como
tirar bolas y que ellos vayan a por ellas. Entonces, tiras varias bolas a la
vez, y a la que se han girado todos a por su objetivo… zas! Huyes.
Si alguien se pregunta: “pero cuando se den cuenta…?”, no
pasa nada, los niños tienen un recuerdo muy poco duradero, si a la que se
vuelven a girar, ese adulto no está ahí, ya inventarán otra cosa con la que
jugar.
Pasan 10 minutos y, cuando te quieres dar cuenta, están
jugando, entretenidos… pero algo falla, las velas que le caen a tu niño de la
nariz. Entonces, como eres una persona civilizada, tienes que entrar a
solventarlo.
Este punto, hay gente que se lo salta, por el tema ese de la
civilización y tal.
De ahí, derivamos a la fuente de infecciones que es un
parque de bolas, a eso habría que prenderle fuego todas las noches y volverlo a
montar por las mañanas.
El caso, que llevas media hora en el parque de bolas y el
niño todavía no ha aguantado dentro más de 10 minutos seguidos.
De repente, cuando le has limpiado los mocos, le has
encasquetado a un adulto solitario que se hallaba atrapado dentro rodeado de
criaturitas,… uno de ellos abandona la jaula, y empieza a jugar fuera. Fuera de
un parque lleno de juguetes de colores. De cosas que llaman la atención de los
niños. Y se pone a jugar FUERA. Con la cosa más simple que tenga a su alcance.
Véase una cucharilla, véase una bolsa de azúcar… Y entonces el resto de la
manada empieza a escapar de la jaula y a organizar un juego fuera de ella.
Varios padres vuelven a recoger a los niños para poner en
práctica de nuevo la técnica de “hago como que juego contigo pero en cuanto te
gires te abandono”. Otros tantos tienen ya tantos años de rodaje que ni se
molestan en ello, y dejan que sus niños se encaramen a algún padre ajeno.
Porque claro, ahí hay de todo. Gente nueva, pero gente que
ya ha hecho callo, gente muy entrenada. Al igual que los niños, dentro de todo
parque de bolas hay una tipología de niños muy clara: el malote, que se dedica
a linchar a todos; el valiente, que no se mete con los demás, pero se defiende;
el que se las lleva dobladas porque tiene una torrija encima que no puede con
ella; alguna parejita de niños que se han caído bien y cuyos padres quieren
emparejar; el independiente que juega solo; el pesado que decide ir detrás del
independiente, recibiendo sus muestras de ignorancia;…
El caso, que cuando crees que llevas un día intentando luchar
contra los elementos, sólo ha pasado una hora. Pero al menos, ha pasado.
Entonces es cuando entras a por el niño y… se pone a llorar porque no se quiere
ir. Momento de sacar una bolsa de señuelos otra vez, encajarle en el carrito a
presión, y salir haciendo caso omiso a los gritos.
Tras esto, llegas a una conclusión, y es que las entradas a
estos parques te suelen dar derecho a una hora, y yo creo que es porque las
técnicas no dan para más, los parques más grandes, donde los padres pueden
esconderse mejor, permiten hasta 2 horas de juego. Todo cuadra.
Ahora sólo queda llegar a casa y especificar a los padres
que ese mito de “llévale al parque para que se canse y duerma” está mal
planteado.
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