jueves, 16 de junio de 2011

De cómo titulé mi blog y comencé mi serie de catastróficas desdichas

Hoy, tras ver cómo un pelanas precipitaba sus gafas hacia la vía del metro y llamaba a los señores trabajadores de Metro para que viniesen con una especie de pata de pollo extensible a recogérselas, he pensando: “pssch… cobarde…” y ha venido a mi mente la explicación del nombre de mi blog… acompañada de un: “si es q esto sólo me puede pasar a mí…” Por tanto, paso a narrar la primera de una larga lista de historias que llevo lanzando en forma de tweet desde hace varios días bajo el hashtag #cosasquesololepasanaCelita.

Noviembre de 2008, la aquí presente Celita abandonaba su lugar de trabajo en una noche lluviosa (agravante del hecho posterior). Bajé a las taquillas, me puse mis vaqueros, mis manoletinas, mi abrigo y me dirigí al metro. Por aquel entonces salía yo sin mucha prisa, en mi mundo, porque no tenía otra cosa que hacer. Me metí en Sol, como siempre, bajé al andén de la 1 dirección Congosto, me senté a esperar… y llegó el maldito tren… Me acerqué a la puerta, elevé la manilla para abrir y nada, caso omiso. Repetí la operación, y obtuve el mismo resultado… Fue entonces cuando por mi mente, en cuestión de segundos, pasó la de idea de hacer algo que en 5 años que llevaba en Madrid jamás se me había ocurrido poner en práctica… la patadita a la puerta. Mierda! En ese momento sentí cómo mi manoletina blanca de Blanco (sin redundar) se desprendía de mi pie, precipitándose al vacío por el famoso hueco que la señorita del metro nos advierte en cada parada “… entre coche y andén”. La pérdida no había sido en vano, la puerta se abrió y yo, esquivando toda reacción lógica que se os pueda ocurrir, me subí al metro a la vez que exclama: “Aivá!”. Las risas que se echaron las colegas de al lado no se las han echado en su vida. En fin, que me subí, me planté el abrigo encima del pie y “pa´las casas”. En ciertas versiones de la historia, he podido contar que llevaba unos zapatos en la bolsa porque venía de trabajar… mentira! Me fui a casa como la Cenicienta (como dice "la gitana", cualquier día descongelo a Walt Disney), descalza, con las dos hermanastras (véase hermanastras como las dos que tanto reían a mi lado) descojonándose de mí y, la única diferencia, que me estaban arreglando la carroza y viajaba en metro.
Qué 10 paradas más largas…
Al llegar a mi destino, me las ingenié para salir con mi abrigo encima del pie, sentarme en un banco, esperar a que todo el mundo pasara, me puse la peineta y empezar a subir las escaleritas con mi pobre pie descalzo. Cuando salí a la calle, se hizo realidad en mí ese grupo de Facebook que dice algo como: “estar tan mojado que te da igual caminar bajo la lluvia”.
Tras contar cualquiera de mis versiones a la gente, la respuesta era siempre la misma: “haber llamado por el interfono y que viniese con el gancho a cogértelo”. Vamos a ver:
1) Me daba más vergüenza llamar que irme a casa descalza.
2) El precio del zapato era directamente proporcional a las ganas de esperar al de la pata de pollo extensible (si se me llega a caer un Manolo, otro gallo habría cantado).
3) Y ese rato tan agradable que hice pasar a los viajeros…?.
Nada, mi decisión fue la correcta, porque sin ella no llevaríamos 3 años de cachondeo con el tema, no sería famosa en el vagón, y no se me habría ocurrido nombre para el blog.

2 comentarios:

  1. Jajajajaja.... buenísima historia!!! de estas anécdotas que no vas a olvidar nunca =)
    Yo también tengo unas cuantas de esas que según las cuento empiezo a ponerme como un tomate, porque esas cosas solo me pueden pasar a mi jeje =)

    Un besooo salá =D

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  2. Jajajajaja Yo sabia esta historia , pero no al completo!! Eres unica =) !!

    Un besazoOoOo

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